A Pursuer
Mar del Plata, Argentina [2008]

Type: Magazine Article
Status: Published
Author: Eugenio Xaus
Title: Un Perseguidor. A Pursuer
Magazine Title: Equis (X) Nº 1, Experiments in Architecture and Design, Casas & Cosas (Houses & Things)
Publisher: Faculty of Architecture, Urbanism and Design (FAUD), National University of Mar del Plata, Buenos Aires Province, Argentina
Editor: Roberto Fernández
Year: 2008
ISBN: 1852-4095

Mi lectura de la obra de Claudio Vekstein es deliberadamente vivencial y emocional quizá buscando mostrar una parte humana que, si bien es inevitable en el tipo de expresionismo contemporáneo -que por nuestros lares se podría definir como un brutalismo americanista-, lo que intento en

estas breves líneas es rescatar cierta dimensión poética, que claramente pertenece a la arquitectura, y en la obra de CV busca hacerse evidente, emparentándose con búsquedas locales que se entienden con la materia yendo desde Caveri a Testa, Beitia o Bonet, y que, en el caso de Claudio, condimentados por la cercanía de Amancio y de Miralles logra restituir una dimensión heroica, hoy por hoy anodinizada en el país bajo la excusa de la necesidad.

La descripción a la que me aboco sigue una secuencia biográfica distorsionada por el lente del observador. Conozco a Claudio Vekstein, como amigo y como arquitecto, y puedo decir con certeza que Claudio es un perseguidor. Ya desde los tiempos de su colaboración con Amancio Williams que dieron como fruto la publicación de un libro atípico e intelectualmente estimulante, no sólo por su contenido sino también en la adaptación del formato a una idea rica en variedad y soluciones, es justo considerar que se empieza a ver en CV la vocación de ir por más.

Luego de su paso por la Escuela de Artes de Frankfurt, hace una colaboración en el Estudio de Enric Miralles que se materializa en el Museo de La Rosa, obra desgraciadamente no construida, que evidentemente perfila una forma de producción que se puede encontrar madura en su obra posterior. Consideremos que estas dos obras son como los experimentos de papel, previos en la formación de una personalidad arquitectónica, que como primera obra de relevancia toma como tema un doble homenaje, (ya que los para-aguas de Amancio fueron inicialmente concebidos como homenaje a su padre, el compositor Alberto Williams), que el emplazamiento multiplica poéticamente en las obsesiones de cada uno (el río y la pampa) haciendo del arquitecto un medio, para el cual CV se encarna como ejecutor, a sabiendas y a conciencia de que su única tarea es la de hacerse cargo y hacerlo bien.

Simultáneamente a abrir un taller de arquitectura en la Escuela Superior de Artes Plásticas Ernesto de la Cárcova, en la época en que Benavidez Bedoya es su director, Claudio comienza las tareas para la costa de Vicente López, un lugar donde poner en práctica la vocación porteña y la articulación publica que el río en su planicie propone. Un lugar junto al río, donde las calles de conexión son inundadas por la sudestada y a las farolas parece que se las lleva el viento, y obstinadamente aparecen con luz tenue como las olas que casi no se escuchan. Allí se desarrolla un parque de 18 hectáreas ganadas al río con unas explanadas de tierra que recuerdan la configuración de la tosca cuando el río baja, detrás (mirando desde el río) hay un camino para coches y unos sanitarios que participan de otra actividad publica que no se ve desde los barcos y responden a la ritualidad del llegar y del irse, y donde el paisajismo propuesto es recuerdo y recuperación de un paisaje perdido.

Luego el paisaje de la costa devino en auditorio, casi naturalmente, acusando la pendiente hacia el río se produce una leve hondonada que le mira a través de una ventana torcida por el viento, esta interpretación poética es fácil y ciertamente evidente para quien quiera leerla, pero el auditorio no es solo eso, es a la vez un par que juega con el monumento de AW pero como un no monumento, un hito, una follie, un algo en la costa que se inclina, se agacha frente al otro y cuyo significado no se descubre fácilmente hasta que le oímos cantar, o cuando nos acercamos, descubriendo las graderías que funcionan como atrio y son la expresión misma de la ondas sonoras, la vieja imagen de la piedra en el agua.

Por aquella época surgieron los proyectos para La Escuela De la Cárcova igualmente intensos e interesantes que no llegaron a materializarse y de los que sólo llega a realizarse la obra del acceso y una estructura en hierro en la parte de atrás que quedó como otra victima de las discontinuidades institucionales que sufren las obras en nuestro país. Un tiempo después Claudio ya se había ido para Phoenix dejando una obra a cargo de Marta Tello, y piloteando él desde allá, el Instituto de Rehabilitación de Vicente López, obra de la que ya conocía el proyecto de haberlo visto en su estudio, discusiones sobre la fachada y charlas de por medio, un proyecto interesante y rico, y también un encargo que cualquier arquitecto ambicionaría, como primer edificio.

Nos encontramos en el patio semanas antes de la inauguración, el piso estaba destruido por que había que rehacerlo ya que estaba todo mal culpa de un desentendimiento con la empresa constructora. Cuando vi la rampa, en un principio no me gustó, toda igual rodeando el patio, constante, monocorde, quebrándose y doblando, marcando los ángulos, sobre el fondo, sobre las fachadas, una presencia permanente dentro del patio, con la obstinación de sus parantes, siendo ella la protagonista y no el vacío y no los limites, poblando con su paso diagonal las paredes del claustro abierto.

El sol pegaba en las barandas y la volvía mas dura, mas cosa, mas líneas de hierro envolviendo un espacio. Después la transité. Subiendo se siente distinto, las vistas cambian permanentemente, hay sucesiones, secuencias, curvas, remansos, y es como salir a caminar, acompañado, porque es amplia como para tal fin, las ventanas cambian de un piso a otro y el claustro se convierte en un paisaje siempre cambiante para el que la transita, para el que esta re-aprendiendo a caminar, no como un ejercicio monótono, no en una cinta mecánica, sino dándole unas vueltas al patio, de ida y de vuelta -que son dos ejercicios distintos- entendiendo el espacio, aprehendiendo los lugares. Ahí sí me gusto, así sí la entendí.

Un ejercicio mas fácil es el de la entrada, la fachada se dobla en planta baja para llevarnos naturalmente hacia el acceso público acompañado por unos parasoles cuya forma y repetición invitan a llegar allí. Si uno se detiene antes de entrar y mira al cielo (los arquitectos diríamos hacia arriba) se da cuenta que ya está adentro, dentro de un patio de acceso donde una pantalla que sirve de parasol en la fachada y remeda los edificios de enfrente, baja para configurar ese impluvium virtual que tiene su motivo central, no en la tierra sino hacia arriba.

Los interiores son sorprendentes, donde la circulación que se amolda y se adapta a las necesidades, es el gran truco. Dialogando el espacio con las carpinterías escapan a la monotonía de aquello que podría ser un simple pasillo, mediante una ventana, un patio o un remanso, que resultan ser estrictamente funcionales, y los lugares de uso donde nos llevan, son lugares cualificados por la luz y su relación con el afuera, pantallas, parasoles, pérgolas y lucernas cualifican los espacios ajustando

las vistas y las vivencias a cada situación dando la sensación de una arquitectura profundamente trabajada desde el lugar-función pensado para la gente que va a utilizarlos, tanto médicos como pacientes, disfrutando del sol y de las vistas tanto como de un lugar apto para las actividades que estuvieran realizando.

Esta insistencia sobre la particularidad de cada espacio es llevado hasta las oficinas en donde la relación entre la carpintería y el parasol cambia de una a la otra con la simple solución de un desfasaje de módulo que sutilmente sigue caracterizando cada lugar como parte de un gran todo orgánico y lo individualiza con un mismo gesto. Es interesante ver que la escala pertenece más al conjunto que a los pocos metros de la intervención en sí, y que la intervención se toma de los edificios, literalmente, no con referencias externas o linealidades sutiles, y que el programa se vuelve parte del sistema cosiendo y reelaborando tanto su relación con la calle como su comunicación interna, y le pide abiertamente a la arquitectura que se encargue de la tarea.

Lo primero que vemos de la Guardia es la cruz médica que en hormigón nos dice que es por ahí que se ingresa y ahí comienzan dos experiencias de entrada, la escalinata y la rampa, que no hacen mas que confirmar la idea que toda la guardia es una forma de acceder al hospital, de pasar de la luz a la luz, por que los espacios públicos están bañados de luz con diferentes tamices, haciendo un evidente paralelismo sanitarista (como en el IMRVL) con la salud. Hay un puente que comunica la espera con los consultorios, que separa la calle de la rampa de acceso, que enmarca un enorme vacío dándole escala, donde la luz está tamizada para hacer un ingreso mas digno a quién entra en una camilla, y ese puente cruza un espacio abierto sin tocar el piso -ese puente es un hallazgo- ya que además, junto con el techo, es el verdadero artífice de restituir la escala institucional del edificio.

Al cruzar el puente, de una manera graciosa, por fuera de una fachada lateral y anodina, se toman los consultorios externos, cambiando nuevamente la escala exterior del edificio humanizando la relación con la calle. Y es desde ahí, desde los consultorios externos que el paciente accede al sistema ambulatorio del hospital. Arriba a la altura de los parasoles hay unas salas de internación VIP y el sector de médicos de guardia, donde los primeros configuran un paisaje exterior de esculturas colgantes que cambian con la luz del sol y que es completado por un jardín exterior puesto allí ad hoc para hacer mas agradable las vistas sobre la calle.

Conozco a Claudio hace aproximadamente veinte años, y en su hacer profesional es un arquitecto que ha sido aplaudido o criticado principalmente por sus recursos formales, mas que por su búsqueda ética de una arquitectura como un quehacer público, preocupado por el usuario y sus vivencias como destinatarios final de la obra. Y es allí donde yo comulgo con esa mirada, y creo sinceramente que sus obras sin duda alguna, es aquello que persiguen y reflejan. El interés formal es sólo una cara de esta actividad del perseguidor de una rara ecuación de honestidad y calidad, que no siempre van juntas.